Historias de una Gaviota: primeras páginas


La Puta
                                                                              
No le había gustado desde el principio, pero la noche había estado demasiado tranquila y no había logrado llegar a un acuerdo con ningún cliente, así que había roto una de sus reglas subliminalmente impuestas de no ir nunca con un tipo que estaba tan ebrio como aquél y que la había inspirado desconfianza desde el principio. Prefirió no decirle nada cuando la abofeteó, tampoco le había hecho daño y en seguida había continuado penetrándola, con la mirada perdida en el cabecero de la cama. Sabía que aquel movimiento resultaría inútil. Apestaba a alcohol y le costaba mantener la erección más de un par de minutos. No sabía que más se habría metido en aquel ya de por sí machacado cuerpo, pero estaba claro que, fuese lo que fuese, no iba a ayudarle en absoluto. Trató de distraerse mientras él permanecía encima de ella. Pensó que si lograba que la pagase lo que habían acordado tendría cubierta la noche y volvería a casa, pero no las tenía todas consigo. Tal vez tendría suerte y podría coger el dinero de su cartera si se quedaba dormido. Sólo lo que habían acordado. Ella no era ninguna ladrona.
De pronto, como impulsado por un resorte, se desplomó a un lado de la cama maldiciendo y la cogió del pelo, obligándola a dirigirse a su entrepierna. Ella obedeció pensando que, al fin y al cabo, era lo que mejor sabía hacer y que tal vez, si le complacía, podría terminar la noche sin más incidentes. Olía a orín y pensó en pedirle que se lavase, pero su mano sujetando firmemente su cabeza la disuadió. Sabía que si se lo pedía se enfadaría y probablemente volvería a pegarla.
Después de unos minutos, él pareció relajarse. Tal y como ella había presentido, no había conseguido eyacular, pero comenzaba a quedarse adormecido. Dio gracias porque parecía que al fin iba a tener suerte. Notó que la presión de la mano de él iba disminuyendo hasta que la dejó caer a un lado, flácida, soltando su cabeza al fin. Escuchó su respiración, lenta y dificultosa y supo que había llegado el momento de irse de allí y darse una larga ducha. Se deslizó con precaución de la cama y comprobó aliviada que no se daba cuenta. Tanteó la sucia alfombra para recuperar su ropa esparcida por el suelo y comenzó a vestirse. Después buscó en el pantalón de él y encontró la cartera. En su interior había un único billete de 20 euros. Le maldijo, pero pensó que era mejor que nada.
- ¿Dónde crees que vas? – pudo distinguir aquella figura hostil incorporándose con dificultad – no he dicho que hayamos terminado
Ella le miró desconcertada. La habitación estaba en penumbras, iluminada débilmente por la luz que salía por la puerta entreabierta del baño y suplicó para que no se diese cuenta de que tenía sus pantalones en la mano. Introdujo con cuidado la cartera de nuevo en ellos y los dejó caer al suelo.
- No quería molestarte, pensé que te habías quedado dormido, ahora iba a decirte que me iba...
Él no respondió. Se sentó de espaldas a ella y se encendió un cigarro.
- Vaya mierda de polvo... – murmuró dando una profunda calada
Ella permaneció quieta, en la misma postura, de pie junto a la cama, sin saber que hacer.
- ¿No vas a decir nada? Imagino que a ti te da igual, tendrás mierdas de polvos cada día...
Se levantó, situándose frente a ella. Pudo ver sus ojos brillando en la penumbra y tuvo miedo. Parecía completamente despejado y eso podía ser peligroso. Se acercó y la besó con rabia, sin deseo, apretando con fuerza sus labios contra los suyos, obligándola a respirar la extraña mezcla de alcohol y rencor que emanaba de ellos.
- Debería pegarte una paliza, tal vez eso te gustaría más... – musitó mientras cogía su brazo y la obligaba a sentarse en la cama – has intentado robarme...
- Sólo quería coger mi dinero y marcharme, sólo lo que habíamos acordado, creía que habíamos terminado...
- Pues no, no hemos terminado, pero tranquila, te pagaré... te pagaré cuando nos vayamos de este hotel... no antes, pero si quieres marcharte con las manos vacías, eres libre... puedes hacerlo...
Al instante supo que era lo mejor.
- Sí, me iré, si te parece bien...
Se agachó para coger su bolso de charol rojo de los pies de la cama y se dirigió a la puerta con precaución. Él permaneció de pie, en silencio. Antes de que pudiera salir oyó un golpe seco. Se había desmayado. Encendió la luz . Estaba tendido en el suelo, con la boca torcida en una extraña mueca...
- Lárgate... – se oyó repetirse a si misma – este tío te da igual, es un hijo de puta, que se pudra...
Dudó unos instantes y se acercó de nuevo a él para comprobar su pulso. Aún respiraba. Iba a incorporarse, ya más tranquila, cuando él le cogió la mano.
- Necesito agua, tráeme agua...
Fue al baño y llenó el vaso con impaciencia. Le daría el agua y se marcharía de allí. No le preocupaba en absoluto lo que pudiese sucederle.
Bebió y pareció recuperarse. Se incorporó un poco.
-¿Qué ha pasado?
- Te has desmayado... ahora tengo que irme...
La cogió y la obligó a tumbarse en el suelo, situándose encima. No podía comprender de dónde sacaba tanta fuerza una persona que hace unos instantes parecía moribunda.
- Si no fuese por todo el maquillaje que llevas serías bonita...
- Déjame, quiero irme...- rogó, impotente bajo la presión de aquel cuerpo que de pronto se le antojaba fuerte y enérgico.
- Pero yo no quiero que te vayas, ya no...
- Dijiste que podía irme
- ¿Eso dije? ¿En serio? – preguntó extrañado.
Cogió con firmeza sus muñecas y la miró fijamente durante unos segundos. Ella sostuvo la mirada, suplicando que volviese a desmayarse. Esta vez no volvería, saldría rápidamente de allí y olvidaría aquella noche. No era la primera vez que daba con un tipo así y sabía que lo mejor era huir y olvidar. Ella podía hacerlo, era una superviviente, tenía que pensar y actuar rápidamente, como otras veces.
Le sonrió.
- No me importa el dinero, en serio, lo he pasado bien... pero he de irme, es lo mejor y tú deberías descansar
Él pareció pensativo, como considerando aquella opción. Estaba segura de que accedería y trató de levantarse. Él la sostuvo con más fuerza. Sintió un intenso dolor en sus brazos, pero no se atrevió a moverse..
- Quiero proponerte un trato. Tengo dinero y quiero que pases esta noche conmigo, porque cuando amanezca moriré ¿qué me dices?
Le miró atónita. Estaba loco.
La soltó y se levantó, cogiendo su chaqueta del suelo. Sacó un fajo de billetes del bolsillo interior y lo tiró en la cama.
- Hay unos mil euros... todo para ti si te quedas unas horas conmigo...
Ella miró el dinero sin comprender.
- Te estoy ofreciendo todo este dinero por apenas unas horas de tu vida...
Cogió,los billetes y los sostuvo en sus manos. Eran auténticos y en un rápido reconocimiento calculó que había incluso más de lo que le había dicho.
- ¿Qué he de hacer para conseguir este dinero?
- Pasar la noche conmigo, ya te lo he dicho... no voy a hacerte daño, si es eso lo que te preocupa...
- ¿Cómo sé que es así...? antes me pegaste... ¿Cómo sé que no volverás a hacerlo? – preguntó inquisidora. Su instinto se revelaba una vez más ante una situación anómala, previniéndola a gritos de un peligro certero en manos de un desequilibrado como aquel.
- Sólo te trataba como una puta, porque eres una puta... siento haberte pegado, quédate... por favor...
¿Por favor? Aquellas dos palabras resultaban desconocidas para ella. ¿Por favor? ¿Por favor?...
- Por favor – repitió - ya es la una menos veinte...
- ¿Qué quieres hacer?- le preguntó al fin sentándose en la única silla que había en la habitación
- Quiero irme de aquí... ¿Me llevarías a tu casa? Quiero ver dónde vives, quiero verte con otra ropa, con la cara lavada
Ella le miró sin comprender. Jamás había llevado a nadie a su casa desde que se mudó a Madrid. Era su escondrijo, su mundo, su intimidad.
- No me parece muy buena idea...
- No quiero pasar mis últimas horas en un hotel de mierda...
Otra vez con aquella disparatada idea, no comprendía nada ¿Estaría hablando en serio? No podía creerlo. Es cierto que no era el tipo más saludable que había visto, pero tampoco creía que estuviese al borde de la muerte ¿Qué tenía pensado hacer? ¿Suicidarse? Entonces la idea de que pudiese hacerlo en su casa le parecía terrible. Cuantas explicaciones, cuantos problemas... no podía permitírselo.
- Podemos ir dónde quieras, a tu casa, quizás, la mía queda demasiado lejos... – accedió ella ignorando aquella voz que la prevenía de un desastre de tremendas consecuencias. La esperanza de acariciar aquel fajo de billetes acallaba cualquier pensamiento racional.
- No, no quiero ir a mi casa. Además, necesito ir a la tuya, es lo que deseo – murmuró cansado – y tu debes complacerme, es tu trabajo ¿no?
Vio la resistencia en la cara de ella. No se fiaba.
- Sólo estaremos una hora, dos a lo sumo... – pidió mientras le clavaba sus ojos claros - no tengo tiempo para estar discutiendo toda la noche... llévame a tu casa... vamos...
Cogió el bolso de ella, su chaqueta y salió de la habitación con decisión. Ella le siguió sin encontrar una explicación coherente que le permitiese negarse a satisfacer aquel absurdo requerimiento. Mientras el aire gélido la despejaba trató de convencerse de que por una vez, todo iba a salir bien.
- ¿Cómo te llamas? Quiero decir, tu nombre real... – preguntó mientras caminaban
- Isabel... me llamo Isabel... – musitó dudando si preguntarle ella también, pero desistió. No le interesaba en absoluto. Sólo deseaba que aquella extraña noche terminase y poder deshacerse de aquel tipo tan raro.
- Es bonito... muy bonito... Isabel... – dijo él repitiendo su nombre una y otra vez, en un extraño rezo – Isabel, Isabel... me gusta, me gusta mucho – continuó, cerrando los ojos mientras ella miraba absorta por la ventanilla, siendo consciente de que era la primera vez que alguien en aquella ciudad pronunciaba su verdadero nombre.


Abrió la puerta con desgana, pero el hecho de estar en su apartamento no la incomodó. Se sintió confiada y segura, tranquila, como cada vez que volvía y se decía a así misma que había logrado pasar una noche más sin percances. Se dirigió directamente al baño y se duchó, dejando la puerta abierta para poder escuchar los movimientos de él en el salón. Cuando volvió había puesto la mesa, hecho unas tortillas y tostado pan.
- Lo siento, tenía hambre y pensé que quizás tú también... espero que no te haya molestado.
Se sentó junto a él en la mesa, completamente desconcertada y comenzaron a comer sin pronunciar palabra. Cuando terminaron él se levantó llevando los platos a la cocina. Isabel le miraba sin saber que hacer. Era la primera vez en muchos años que alguien le preparaba algo de comer, que compartía esa comida, que recogía su plato con una sonrisa, que fregaba sus cacharros.
- ¿Te importa que yo también me de una ducha?
Ella no respondió. Le acompañó al baño y le entregó un albornoz.
Mientras oía el sonido del agua se sintió extraña. No le resultaba tan desagradable tener a alguien allí como había pensado. Se acomodó en el sofá y encendió el televisor. Cuando le vio salir se sorprendió. No debía tener más de treinta y siete o treinta y ocho años, a pesar de que cuando la recogió en la calle le había parecido mucho mayor. Sus rasgos eran hermosos y equilibrados, con unos profundos ojos grises que le eran imposibles de descifrar y que recorrían la estancia con avidez, analizando cada detalle con un rigor casi científico. Su presencia le parecía de pronto imponente, como si se hubiese restablecido al salir de aquel hotel. Fue consciente, por primera vez, de su altura, de su amplio torso y sus grandes manos. Sin darse cuenta, le estaba viendo por primera vez. Se sentó junto a ella y pareció leerle el pensamientos.
- Los dos estamos mucho mejor después de la ducha ¿verdad?
Isabel asintió.
- Te dije que estarías mejor sin tanto maquillaje y no me equivoqué – musitó acariciándola fugazmente la mejilla.
Ella se estremeció. No estaba preparada para una caricia. Pensó que desearía tener sexo, después de todo para eso la pagaba, así que se deslizó encima de él y comenzó a besarle el cuello, desabrochando el albornoz. Él la acarició y la atrajo hacia si, apartando su pelo mojado de la cara.
- ¿Te apetece que veamos una película? O tal vez prefieres que demos un paseo... te prometí que no estaríamos mucho tiempo aquí... – preguntó sin dejar de acariciarla el cabello.
- Lo que tú quieras. No me importa que nos quedemos si a ti te apetece.
Él se acurrucó a su lado, apoyando la cabeza en su regazo. Isabel se quedó inmóvil y subió el volumen del televisor.
- Y tú ¿cómo te llamas? – le preguntó al fin
- Antonio – murmuró volviéndose hacia ella - ¿te importa que descanse un rato? Estoy tan a gusto así, contigo...
Ella rozó levemente su frente con sus dedos, sus mejillas y de pronto miró el reloj que había frente a ella y al comprobar que eran las tres menos diez, se puso triste.


Se despertó sobresaltada. Antonio continuaba abrazado a ella, parecía dormido. Miró el reloj y vio que eran las cuatro. No sabía si debía despertarle. En un impulso le besó la mejilla, la frente... finalmente abrió los ojos y sonrió.
- Hacía tiempo que no lograba dormir tan bien...
- Sólo ha sido una hora...
- Suficiente...
Se incorporó y la miró detenidamente.
- Cuéntame algo sobre ti...
- ¿El qué?
- No sé, dime qué te gusta hacer...
- No tengo aficiones si es a eso a lo que te refieres...
- Pero algo harás en tus ratos libres...
Isabel lo pensó unos instantes. No sabía que le gustaba, excepto estar tranquila acurrucada en el sofá con la mente completamente ausente de pensamientos, pasear bajo la lluvia, tumbarse en una playa desierta y escuchar el mar...
- Me gusta estar sola...no pensar en nada
- ¿Por qué viniste a Madrid?
- ¿Cómo sabes que no soy de aquí?
- Tienes acento del sur... no mucho, pero aún conservas algo...
- No me sentía a gusto dónde vivía... quería viajar, ver cosas nuevas, salir de allí...
- Yo he viajado mucho, por muchos países diferentes...
- Yo sólo vine aquí... y aquí me quedé...
Él tomó su mano y la acercó a sus labios.
- Aún eres joven, tienes que prometerme que viajarás, que verás muchos sitios nuevos...
Ella le miró con amargura. Viajar ya no entraba en sus planes.
- Quizás más adelante... – musitó mientras se levantaba del sofá y buscaba un paquete de tabaco en su bolso. Le ofreció uno y él asintió. Se sentó en frente suyo mientras daba una calada y finalmente le preguntó - ¿Por qué dices que morirás al amanecer? No pareces enfermo...
- No lo se, puede que lo esté... o puede que no...
- ¿Entonces?
- Mi tiempo ha terminado... ya he vivido todo lo que quería vivir... y sí, estoy enfermo... muy enfermo
- ¿Qué es lo que te pasa? – preguntó asustada. Siempre tomaba todo tipo de precauciones, pero nunca se podía estar segura del todo.
- Nada contagioso... es una enfermedad de la vida, una sentencia que tarde o temprano se cumplirá y terminará conmigo...
- ¿Qué respuesta es esa?
- La única que puedo dar... será mejor que no hablemos de ello...
- Como quieras... – respondió ella. No comprendía el motivo pero estaba enfadada. Él le daba igual. Si era un loco que quería insistir en que era su última noche no debería preocuparla. Tenía su dinero, no la había pegado e incluso se estaba mostrando amable y considerado con ella. Decidió que lo demás carecía de importancia. Podía morirse al salir de allí si eso le complacía.
- ¿Te has molestado?
- Para nada... – sonrió.
- La muerte puede ser algo que de miedo, pero no a mi. Normalmente a la gente le incomoda, pero...
- ¿No has dicho que no querías hablar de ello? – le cortó
Un silencio denso les separó. Isabel se levantó y se dirigió a la cocina. Dejó correr el agua del fregadero y se llenó un vaso. Cuando sintió a Antonio abrazándola desde atrás, tembló.
- ¿Qué harías tú si supieses que jamás volverás a ser feliz?
- ¿Qué te hace pensar que lo seré alguna vez? ¿Ves algo de esperanza en mi? porque te aseguro que te equivocas... pero hay que vivir lo mejor que se pueda – sentenció con furia, dejando caer intencionadamente el vaso en la pila.
- Claro que tienes esperanza, eres una luchadora, yo una vez también lo fui, por eso puedo reconocer en otras personas lo que un día formó parte de mí...
- No soy nada de eso – se volvió hacia él dando por terminada la conversación - ¿Quieres follar o que? Por el dinero que has pagado podría hacerte todo lo que tú quisieras...
Él no respondió. Isabel comenzó a besarle y sintió que su cuerpo respondía. Le desnudó y se abrazó a él sintiendo una agradable calidez. Deseaba tanto que la acariciase que se asustó. Eso no debía ser así. Ella no debía disfrutar, era un acto mecánico que realizaba de un modo impersonal, sin sentir el menor placer, un trabajo al fin y al cabo, en el que no tenía cabida aquella desesperación con la que necesitaba sentir su piel junto a la suya. Se sentía furiosa con el contacto de aquellas manos pero al mismo tiempo extrañamente complacida.
Sin saber como, logró quedarse dormida en brazos de otra persona.


El sonido de unos borrachos gritando en la calle la despertó. Vivía en un primero y había varios bares en la zona, así que era habitual que eso sucediese. Palpó a su lado, Antonio no estaba. Se levantó y le buscó por el apartamento con una incómoda desazón en la boca del estómago; se había marchado. Miró el reloj de la mesilla y vio que marcaba las seis menos diez. Se volvió a dejar caer en la cama y lloró amargamente. Aún podía sentir aquella sensación electrizante recorriendo su piel, su calor, oía su voz pronunciando su nombre, sus labios sobre los suyos... vio el dinero en la mesilla de noche y se enjuagó las lágrimas. Después de todo ella sólo era una prostituta, y eso es lo que hacían las prostitutas, fornicar a cambio de dinero.
Saltó de la cama y buscó unos pantalones en el armario. Se enfundó con velocidad un jersey y las únicas deportivas que tenía y cogiendo las llaves salió corriendo de allí. No sabía realmente a dónde se dirigía, sólo sentía que era una carrera contra reloj que no la conduciría a ningún sitio, pero tenía que intentarlo. Por alguna extraña razón necesitaba verle, despedirse, quizás convencerle de que su idea era una estupidez. Corrió por la calle, primero en una dirección, luego en la otra, no podía haber pasado mucho tiempo desde que se marchó, tenía que encontrarle. De pronto recordó la imagen de él cerrando la puerta del hotel y guardándose la llave en el bolsillo. Tal vez había vuelto allí.
Cuando llegó estaba sin resuello. El corazón le latía tan rápido que parecía que iba a salírsele del pecho. Rezaba por encontrarle allí y que no hubiese hecho ninguna tontería. Intentó escuchar algún ruido en el interior. Nada. Llamó a la puerta. Silencio. Volvió a llamar.
- Antonio, sé que estás ahí, ábreme la puerta... por favor, ábreme... no voy a irme hasta que no te vea, aunque sea por última vez...
Se dejó caer en el suelo y se sentó a esperar. Se sentía impotente y estúpida allí fuera. Se entretuvo mirando la pared, sucia y de un color magenta que se volvía más claro según iba ascendiendo hacia el techo. Pensó cuánta gente diferente habría pasado frente a ella, posado sus manos sobre su superficie hasta lograr impregnar esa capa de mugre en su parte inferior. Seguro que entre esas manos anónimas había más de una perteneciente a trabajadoras del sexo, como ella. Mujeres que imaginaba sin rostro, venciendo cada noche el asco y el miedo, recorriendo sitios como aquel sin saber con certeza como terminaría la noche.
De pronto oyó un ruido en el ascensor y le vio aparecer. Llevaba una botella de whisky en la mano y un paquete de cigarrillos en la otra.
- Creí que habías dicho que no querías pasar tus últimas horas en este hotel de mierda... – le dijo levantándose del suelo, sintiéndose aliviada pero también petrificada ante los ojos de él. Se habían transformado de nuevo con aquella sombra opaca que la había hecho desconfiar la primera vez que le vio.
- Ya no me quedan horas que pasar... ocurrirá muy pronto...
- Deja ya de decir estupideces ¿Quieres? No sé que coño te ha pasado pero nada es tan grave como para decidir quitarse la vida, no quiero volver a oír eso, ¿Me oyes?
- Entonces ¿Qué es lo que quieres oír? ¿Qué el estar contigo me ha salvado? ¿Qué viviremos juntos y follaremos felices?
- Sólo que vas a estar bien... que vas a olvidar esas ideas tan raras, no lo sé... que tal vez puedas volver a mi casa algún día...
- Eres una putita muy insistente, empiezas a molestarme, será mejor que te vayas... – atacó, mientras una sonora carcajada retumbó en el quejumbroso pasillo. Las paredes parecieron estrecharse aún más sobre ella. Al ver que no se movía continuó – ¿estás sorda? Ya imagino que tu autoestima estará por los suelos, pero hasta una zorra como tú debería darse cuenta de cuando está de más en un sitio...
Se sintió herida, no sólo por sus palabras, sino por la rabia y el odio con las que las había pronunciado. La miró con tanta frialdad que no le quedó ninguna duda : se había equivocado al ir allí. De pronto se acercó a ella y empujó su cuerpo humillado.
- Te he dicho que te largues... ¿Crees que no soy capaz de hacerte daño? He hecho cosas mucho peores que meter una paliza una puta como tú...
Isabel le abofeteó. Él comenzó de nuevo a reírse. El sonido malicioso parecía no terminar nunca, resonando en los maltrechos oídos de Isabel, resentida en su orgullo.
- Debes estar muy falta de cariño, tu profesión es dura ¿no? – prosiguió irónico – una par de caricias y te piensas que has encontrado el amor... pero no, jamás podría sentir nada por una ramera como tú, lárgate y deja de montar el numerito, no hay más dinero para ti...


Corrió hacia el ascensor. Era un estúpida. Que se muriese. No le importaba. No le importaba nadie. Ya en la calle no pudo evitar mirar hacia la ventana de la habitación. Le vio allí, en la penumbra, mirándola con una expresión que no pudo descifrar. Caminó lentamente por la calle, mientras veía como la ciudad empezaba a despertar. Ya estaba amaneciendo. Lo único que deseaba era dormir y olvidar. Despertarse y que todo hubiese sido un mal sueño. Ignoró las lágrimas que surcaron sus mejillas mientras trataba de parar un taxi. Cuando por fin se acomodó en el interior del vehículo sintió un extraño calor que subía por su pecho, atenazando su garganta, desbordando sus labios que tenían el amargo sabor de todas las palabras que no había sido capaz de decirle. Supo, sin lugar a dudas, que le odiaba y que deseaba que aquel fin que tanto había anunciado, fuese lento y agonizante.